02
ABR
2020

Septimo dolor: sepultura de Jesús y soledad de María, nuestra Madre



 “Y, después, envuelto en una sábana, lo puso en un sepulcro excavado en la roca, en el que nadie había sido puesto todavía”. (Lc. 12, 53)
 
¡Qué soledad tan diversa la de Aquella!
¡Es la soledad tremenda que deja la muerte del último ser querido, que estaba a nuestro lado!
 
 
Así la describía Lope de Vega con gran realismo:
 
“Sin esposo, porque estaba José de la muerte preso;
Sin Padre, porque se esconde; 
Sin Hijo, porque está muerto;
Sin luz, porque llora el sol;
Sin voz, porque muere el Verbo;
Sin alma, ausente la suya;
Sin cuerpo, enterrado el cuerpo;
Sin tierra, que todo es sangre;
Sin aire, que todo es fuego;
Sin fuego, que todo es agua;
Sin agua, que todo es hielo… “
 
María también supo vivir el sufrimiento de la separación y la soledad con amor, con fe, con serenidad. Creyendo, confiando, amando, Ella supo esperar la mayor alegría de su vida: recuperar a su Hijo para siempre tras la resurrección.
 
Aprendamos de María a llenar el vacío de la soledad,  que nos invade tras la muerte de nuestros seres queridos.  Llenarlo con lo único que puede llenarlo: el amor, la fe y la esperanza en la vida futura.
 
 Dios te salve, María…
 
ORACIÓN
Madre Dolorosa junto a la cruz del Hijo Jesús,
Tú, que también has conocido el sufrimiento,
calma nuestros dolores con tu mirada maternal y tu protección.
Bendice a los enfermos y a quien vive estos días con el miedo,
a las personas que se dedican a ellos con amor y coraje, 
a las familias con jóvenes y ancianos, 
a la Iglesia y a toda la humanidad.
 
 
 
CONCLUSIÓN
 
Nos hemos acostumbrado, sobre todo, en Semana Santa, a ver a María como la Virgen del Dolor, la Dolorosa. Sin embargo, el verdadero recuerdo que la tradición cristiana nos ha conservado de ella, es el de una madre valerosa, que supo mantenerse firme, de pie, junto a la cruz; que no se dejó derrumbar por el Dolor; que no se dejó vaciar nunca de esperanza y que, en medio aún del máximo dolor, acompañó a su Hijo hasta la muerte en Cruz.
 
Los cristianos debemos tener los mismos sentimientos de María en medio del dolor y sufrimiento que, en estos momentos, estamos viviendo. No podemos perder la esperanza. Con María, como los pobres de Dios, podemos confiar siempre en Él, que nos ama y nos anuncia con la resurrección de su Hijo, nuestra propia resurrección.
 

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